Por distante que parezca, empiezo diciendo que vivo en Bogotá, Colombia. Para quienes no la conozcan bastará decir que es una ciudad de contrastes y de mezclas. Esto no pasaría de ser un dato irrelevante si no fuera porque una situación muy urbana y endémica de mi ciudad puso la primera piedra para esta nota. En el bus en que viajaba rumbo a mis clases de la universidad, un cuentero urbano, tan joven como anónimo y aguerrido, contó un breve cuento con el fin de recoger algunos fondos para subsistir y pasar la noche. Y fue en ese corto relato en donde encontré dos alegorías que sirven para ilustrar el propósito de esta bitácora.
La primera alegoría: la apertura del conocimiento
El relato empezaba situando la historia en un pueblecillo pobre y lejano, en un tiempo incierto. Cuatro pastores amigos que vivían como podían de acarrear los rebaños de las haciendas cercanas, estando juntos un día econtraron una bolsa llena de monedas de oro, que seguramente algún viajero descuidado dejó caer. Muy felices en principio, los cuatro pastores pensaron que aquél era un motivo para celebrar y decidieron que mientras dos de ellos alentaban una buena fogata, los otros irían al pueblo a conseguir unas viandas dignas del momento. Así lo hicieron, y mientras los segundos marchaban al pueblo, los primeros se quedaron hablando sobre el botín y cada uno comentó lo que haría con la parte que les correspondiera. Luego de un momento de pausa en el que ambos pensaron en silencio, uno de ellos dijo: "¿Qué pasaría si en vez de compartir este botín entre los cuatro, esperamos a nuestros compañeros con una emboscada que los haga caer, como por accidente? Entonces ya no tendrías un cuarto, sino la mitad...". Su compañero lo pensó apenas un momento antes de responder que estaba de acuerdo. Rápidamente cavaron una trampa y le pusieron piso falso, tal como lo hacían para capturar a los lobos que acechaban los rebaños. Y tan buenos eran en su oficio, que al llegar sus amigos, cayeron sin tener tiempo de darse cuenta. La trampa, llena de un lodo espeso, acabó en pocos instantes con sus intentos de salir y allí perecieron. Los dos tramposos, cegados por el oro que querían para sí, corrieron a salvar las provisiones que traían los dos desprevenidos, así que con el oro se quedaron y la comida comieron. Pero no se sabe para quién fue más lamentable la situación. Los dos que venían del pueblo, mientras caminaban, planearon la forma de eliminar de la lista de beneficiarios del tesoro a sus compañeros, e idearon la forma de envenenar la comida que llevaron. Más tardaron en consumirla que en dejar de respirar. Al fin, tristemente, sus habilidades llevaron a triste final todos los intentos. Para nadie quedó la comida, para nadie el oro, nada de pastores, ni siquiera quién enseñe el oficio. Moreleja: la ambición y el pensamiento en la ganancia como individuos llevó a la destrucción de cualquier oportunidad.
Debo aclarar que el ejemplo un poco escabroso de los pastores es sólo una alegoría. Lo que sí quiero rescatar de la historia es que en el medio de la comunicación y el diseño, como si de acarrear pastores se tratara, se suele formar una competencia entre niveles de conocimiento: el que más sepa y el que más produzca, se quedará con la mayor parte del botín que pueda dejar el mercado. Los más grandes tienen más pobablidad de crecer, y cada uno trata de cotizarse y abrirse paso mostrando que tiene habilidades. Mi planteamiento de partida es que algunas veces el recelo por los derechos de propiedad intelectual, por la posesión de conocimiento y el deseo de diferenciarse termina por acortar las posibilidades del gremio, al igual que sucede en casi todos los sectores de la industria. La interrogante que quiero proponer es cómo podríamos descubrir modelos colaborativos que vislumbren nuevas oportunidades de creación de valor, de proyectos de mayor alcance y de potenciación del conocimiento aprovechando la Web.
La segunda alegoría: el trabajo colaborativo
Lo primero que la mayoría pensaría al plantear esta idea, que puede sonar pasada de altruismo, es que nadie ganaría lo que gana compitiendo individualmente con los modelos convencionales de producción creativa. En respuesta, lo que podría decir es que la Web 2.0 ha mostrado que el futuro de la economía y las empreas, en parte, está en los modelos colaborativos. Cuando buscaba mentalmente un ejemplo que permitiera describirlo, recordé de nuevo al juglar urbano: él logró subir al bus y en unos instantes compartió su modesta creación con el escueto público de viajeros ocasionales. Algunos rieron un poco, otros sólo sonrieron y otros apenas se inmutaron. Al final, el cuentero se bajó agradeciendo reiteradamente la colaboración recibida y todo quedó como siempre.
Supongamos que sólo 3 de los 30 pasajeros decidieron, voluntariamente, colaborarle con lo que podían o lo que querían (aunque sé que fueron más), y es ahí donde aparece el modelo: todos pudieron acceder a la información que el relator compartió; algunos, como yo, la usarían luego; sólo quienes quisieron dieron una retribución, que cuantificaron individual y libremente. Unos instantes después me pregunté cuántas veces al día el juglar pudo hacer lo mismo, en cuántos buses. Haciendo la cuenta, en teoría el creativo relator no pasaría tan mala noche. Sin quererlo, esto fue una muestra, una muy pequeña, de cómo funcionan los modelos colaborativos para crear valor a partir del conocimiento compartido.
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1 | Pedro Juan Ortiz15 de septiembre de 2011 - 12:41 dijo:Hoy en día, en cualquier profesión, quien piense que puede crecr solo profesionalmente, sin cooperar con otros, sin compartir conocimiento y experiencia con otros, está equivocado y tiene pocas posibilidades de hacer cosas que realmente valgan la pena. |